LA VIDA EXAGERADA DE BRANDOLERO I
Lo conocí a Brian de manera heteroclita, en la impetuosa ciudad de Ayacucho, el era un muchacho rebelde a su modo, un rebelde sin y con causa. Éramos muy niños recuerdo, estábamos los dos en el pequeño parquecito de la Alameda, vivíamos en las casas aledañas. El y yo parecíamos dos niños anacoretas que salíamos al parque simplemente a contemplar la noche y sus estrellas- aunque pareciera bonito- los dos nos alejábamos en unos rinconcito y esperábamos a que nuestros padre o las empleadas nos llamaran para que pasemos de nuevo a casa a comer o simplemente a dormir. Todo era un ritual hasta que cierto día unas niñas y niños- valga decir- nos hallaron en los dos rincones alejados y nos propusieron jugar a la chapadas o escondidas, los dos cavilamos un instante, quizás por timidez, pero luego aseveramos un si moviendo la cabeza de arriba abajo. Ellos se presentaron ante nosotros. Uno se llamaba Harold Pinter, otro Coco Prada, otro al que le decían simplemente Kop, las mujeres eran Yaki Arce, Xiomara Galindo, Andrea- no me acuerdo el apellido- y otras que eran menos sobresalientes, todos se presentaron menos nosotros.
- Ya, yo cuento hasta el cincuenta y ustedes se esconden – dijo el pequeñuelo y flacucho de Kop
- Ya está bien- respondimos todos
Al principio no supe donde esconderme, pero al oír los fuertes y sonantes números del cuarenta hasta el cuarenta y nueve salí corriendo como una bala al rincón donde siempre iba para contemplar el cielo estrellado o las luciérnagas pasar. No se demoraron mucho en encontrarme, tampoco en encontrar a Brian. Todos los días nos reuníamos religiosamente a la misma hora para jugar a las chapadas, a los encantados, a los siete pecados y al matagente. Siempre nos escondíamos en el mismo lugar Brian en su rincón y yo en el mío. Hasta que un día todos nos dijeron que ya no valía esconderse en esos rincones, porque era muy fácil encontrarnos y a nosotros no nos quedo otra que aceptar las condiciones.
Cuando jugábamos a los encantados, nunca nos desencantábamos, había como una especie de resistencia que no nos permitía hablarnos ni desencantarnos. Cuando jugábamos a los siete pecados nunca nos lanzábamos la pelota. Cuando jugábamos matagente de igual forma. Hasta hubo un día que fue cumpleaños de Coco Prada y nos invito a su casa porque iba a hacer fiesta, todos aceptamos ir encantados. Su casa era grande, ese día estaba decorado con bastantes globos, hubo un payaso que nos hizo pasar el roche de nuestras vidas, pero nunca hasta ese entonces habíamos hablado Brian y yo. Nuestras pequeñas miradas pasaban desapersividas, uno no se daba cuenta que existía el otro y viceversa. La fiestas termino y cada quien se fue a su casa y acordamos darnos un descanso de un día y que nos veríamos pasado dos días para jugar a las chapadas, tiempo que no jugábamos eso. Así que al día siguiente nadie salió de casa, ni siquiera Brian y yo para al menos contemplar la noche que es día estaba sin estrellas pero con una imponente luna, por lo menos pude alcanzar a verla desde mi alcoba y eso me hizo sentir feliz, un leve espejismo de felicidad.
Llego el dia en que tuvimos que jugar a las chapadas nuevamente, como era regla ya no podíamos escondernos en nuestros rinconcillos así que todo el grupo de chicos se disperso por todos los lugares. Yo me escondí debajo de un arbusto, era imposible que me vieran, apenas por un huequecillo podía ver a Harold Pinter como buscaba desesperado a los demás. Cuando de pronto vi que alguien se me acercaba. Vi que era un niño de tez blanca y con el cabello que le cubría la cara – lo que actualmente llamarían un Hadcore Emotic- era sin duda Brian, estaba agitado.
- Hola- me dijo como que me medio sonrojado.
- Shhh! Habla bajo- le dije
- Está bien
- ¿Qué paso? – le dije
- Nada que Sali de mi escondite porque me di cuenta que no era tan bueno y vine a este, pero pensé que estaba vacío, no sé si te molesté.
- No para nada ¿Pero que te paso en el brazo?
- Ah una herida me caí al correr
Sin darnos cuenta nuestra conversación se hizo fluida y luego de unos minutos al ver que no nos encontraban hicimos un rato de silencio y solo se escuchaba el chirrido del grillo y el soundtrack de las estrellas.
- Mira – le dije- tu sales corriendo y tocas la pared, dices salvado a todos mis compañeros mientras yo trato de distraer a Harold cambiándome de escondite
- Ok, esta bien – me dijo, pero seguía agitado.
- Yo te digo cuando
Asintió con la cabeza y su enorme cabellera se movió de un lado a otro.
Esperé unos instantes, me fije si el panorama era el apropiado y le di la orden de que se moviera. Fue entonces cuando yo también salí disparado como un cuete y Harold me vio, fue en mi búsqueda para tocarme y yo trate de esquivarlo.
Brian estaba por llegar a la pared y antes de salvarnos a todos se tropezó contra el suelo y cayo contra el piso, se rasmilló los codos, no lloró, se levantó y tocó la pared. Gritó: ¡Salvado a todos mis compañeros! Yo sentí una especie de alivio y lastima antes de que Harold me chapara.
Harold se acerco donde Brian y le dijo: Ohh, cagaste el juego… ¡mmm! Yo me acerce donde Brian y el estaba sangrando, le limpie la herida con un papel higienico y el me agradeció. Dimos por terminado el juego y cada uno a sus casas. Me quedé contemplando la noche un rato con Brian, estuvimos conversando por un lapso de cinco a diez minutos hasta que el primer grito de alerta que en este caso era mi empleada nos interrumpió.
Fuimos de camino a casa, vivíamos a dos casas separadas, éramos prácticamente vecinos. Casi al llegar a la puerta de la casa donde me aguardaba mi empleda se volvió a tropezar. Lo ayude a levantarse y esta vez si solto unas cuantas lagrimas pero luego se avergonzó y se despidió de mi.
- Hasta mañana, un gusto – le dije
- Igual
- Ah, me olvidaba, mi nombre es Edward o Edú, como gustes.
- Yo soy brian o mejor Brandolero.
Se metió a su casa, el farol dejo de iluminar su cuerpo y desde ahí comprendí que tenía actitudes rebeldes y que era medio torpe, pero a fin de cuentas se estaba convirtiendo en mi amigo y me olvide de todo, nuble mi mente y luego paso por mi cabeza cada una de las letras de su sobrenombre B- R-A-N-D-O-L-E-R-O y así, ese sería el nombre con el cual lo conocería por el resto de la vida.
Niños huraños que apenas buscan entender el cielo.
ResponderEliminarapenas el cielo... apenas su vida diria yo, apenas intentar entender por que el hombre tiene que cagar, apenas y buscan un consuelo en el cigarro
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