sábado, 31 de enero de 2009

!CUANTO TE AMO!
5:29 p. m.

!CUANTO TE AMO!



A mis abuelos, todo por todo

La compañía me describe este amor más profundo. Me describe a mi mismo, y eres tú. Llevo cuarenta y seis años a tu lado – literalmente- sin contar aquellas aventurillas que de jóvenes llevábamos a la par. Como cuando nos escondíamos en el bosque cercano. Horas y horas hablando, para que al fin terminara todo esto en un beso. El primer beso. Magníficamente el primer e incomparable beso. Tu labio ansioso se movía siguiendo el ritmo de los míos. Un vampiro nacía entre nosotros y era imagen serena, de verano ayacuchano, de un cuanto te amo.

Por qué siempre los viejos hemos de recordar estás cosas y sentir el fulgor de nacer y retroceder el tiempo. Por qué siempre tenemos oculto, cobijado, nuestro romance. Por qué una caja de madera es digna de guardar tantos benditos recuerdo. Por qué las cartas que antes te brillaban en los ojos son simplemente bulto, bulto, bulto. Será que esto se debe a que el viejo tiene un mínimo grado de experiencia. Y la experiencia lo hace intranquilo. Será que el niño, el joven, no tiene aún nada de experiencia. Será tal vez que la vida avanza y uno se resigna a querer olvidar el pasado, aunque aparente no hacerlo. Es cierto, el anciano, como yo, ya no recuerda bien las cosas, pero – increíblemente- recuerda muy bien los sentimientos que ha encontrado en su vida antigua y en la que vendrá luego. Sabe como contrarrestar la soledad. Me estoy analizando.

Pero ahora, esto si tiene importancia, ¿Qué vendrá luego de ser anciano? Vendrá, digo yo, el post anciano – si es que existe esa palabra - que vendría a ser una forma prolongada de la vida, donde ya no tengamos recuerdos. Donde todo lo vivido es siempre constante. La muerte y luego el estar con Dios.

Como llueve afuera. Los jóvenes cruzan sin importancia, tienen el cuerpo, la máquina nueva, en cambio, mírame mujer, ya estoy cansado. No soportaría lo que ellos hacen, cogería de pronto un resfrío.

Mujer, me voy de casa, me voy a la calle, tengo que llevar mi maletín. Te regalo un beso, un beso en la frente. Vuelvo del trabajo más tarde. Ella me mira, me gustan sus ojos puneños.

Regreso exhausto, pero prefiero mostrar mi cara de alegría. La comida, entonces está lista. La empleada del hogar sirve la sopa, caliente, como nos gusta. Exprimo dos limones. Comenzamos a comer. Luego viene el almuerzo, que es una delicia. Comer es un placer. Comer, después de todo me hincha la barriga y hace que me recueste en el sofá, con un polo blanco, estire mis piernas, y me eché a descansar. La que tanto amo dice que ronco, pero no le incomoda, por que ella también lo hace, pero en las noches o en alguna tardecita que le vence el sueño en la cama. Sólo alcanzo a descansar quince minutos, ya casi este número se ha vuelto monótono después de almuerzo, de lunes a sábado.

Entonces me pongo la camisa. Hoy, por ejemplo, es una de esas tardes en la que ella está dormida, con su cabecita blanca sobre la almohada. Le beso la frente. Ella no se despierta, es mejor, no quiero interrumpirla, que duerma y que no sienta mi ausencia.
Regreso ya de noche, algo traigo entre manos. Una bolsa llena de panes calientes, recién extraídas del horno. Huelen exquisitas. Mamama me espera en su cama, sentada, viendo la televisión. Le doy un abraso, le beso nuevamente la frente. Nos sentamos a la mesa, un exquisito café reposado y los panes que lo remojamos en él. La acompaño hasta el cuarto. Se echa en la cama, creo que ya va dormir. Vuelvo y arreglo la mesa. Pelo una manzana y la corto en trozos, los pongo sobre un recipiente de cristal. Me siento en mi pequeña mesa de estudio, sacó un libro, enciendo la lámpara, estoy por iniciar la lectura y algo me interrumpe. Es su ronquido que me asevera que ya esta durmiendo, mi bella durmiente.

Los párpados me llegan a vencer y entonces voy a la cama y descanso. Rezo al Jesús de Nazareno antes de cerrar lo ojos, es mi devoción, mi religiosidad, un sentido de vivir mejor.

Amanece, y ya es domingo. El típico mondongo no puede faltar en la mesa. Cojo las ollas y camino dos o tres cuadras para llegar al local donde siempre lo compro.

Estamos en meza, tengo hambre. Me sirvo un plato y luego otro. Ella me dice que ya no quiere más. Yo le digo, mientras me froto la barriga, acá está nuestro dinero, ella me sonríe con ese rostro indescriptible, sin esfuerzos, espontáneo.

Papapa, me llaman todos mis nietos. Los quiero mucho, y estoy seguro que el amor de mi vida también los quiere, cada vez que vienen a visitarnos, procuramos darles lo mejor. Ellos son para con nosotros y nosotros somos para con ellos. Ese es uno de los tantos fines de ser familia.

El día, el soplido de Dios pasa y pasa. Llega la noche. Veo las noticias. No están nada interesantes, lo apago y me echo a dormir. Profundamente, y ella también lo hace, en verdad somos muy complementarios. ¡Cuánto te amo!

Han pasado ya varios días. Todo se vuelve constante, ya no recordamos. Le he dicho: Mujer, toma esa caja de madera y retira el contenido por favor. Ella me ha hecho caso. Hemos tomado nuestros verídicos sentimientos, nuestras amadas nostalgias, las hemos puesto en un equipaje de viaje. Y nos hemos ido, a gozar de ellos.







1 comentario: