EL VIAJE VERDADERO
Las sabias y prodigiosas ramas blancas ya habían comenzado a instalarse en la quijada del abuelo, que sentado en la silla mesedora del balcón leía un periodico. Se hilbanaba el tiempo y el periodico iba resvalando hacia el vacío. Los ojos cerrados habían ganado la contienda.
Se despertó con el beso más tierno, su nieto de cuatro años había llegado a vistarlo y lo había despertado sin querer - con un beso en la frente. Lo cogió entre brazos y llenos de regozijo comenzaron a reirse del viento, quizas...
El niño revelaba sus pequeños dientes -con rastros de haber comido el chocolate que el abuelo tenía siempre en su recámara- mientras jugaban con los globos que habían comprado . El viejo lo quería demasiado, por que aparte de que era el menor, tenía la dicha de ser solo él, Dios lo había elegido para que sea capaz de desarrollar su mente, a pesar de su retardo mental.
La vocina del carro estaba sonando. El abuelo sabía, entonces, que la soledad era en su caso un sonido. Se llevaron al niño, prometiendo volver el proximo fin de semana, el niño lloró pero luego se le pasó.
Uno de esos días cualquiera, mientras leía el periódico, algo que ya estaba escrito paso, lo cotidiano, el periodico resbaló, se extrabió por el aire, el viento sopló y finalmente los ojos se cerraron... para siempre.
El niño preguntaba siempre por su abuelo. La respuesta ya estaba hecha. Hijito, tu abuelo se ha ido de viaje, esta en el cielo. El niño preguntaba por que. Y entonces lo distraian en otra cosa.
Llevaba en el bolsillo pequeño de su oberol uno de esos chocolates que su abuelo le había invitado. Salieron al parque del centro, a causa de la insistencia del niño le compraron un globo lleno de helio, se lo amarrarón en la muñeca. Jugaron en el pequeño tren, en el bote, cobijados bajo el sol que acompañó siempre al abuelo.
El niño al volver a casa, entró al cuarto y amarró su globo en la manija de la puerta de su cuarto. Todos los días jugaba con su globo. Se encerraba en el cuarto y no dejaba de reirse.
Cogió unas tijeras, una cinta que usaba mamá, corto un pedaso y corrió al cuarto. La madre lo llamó para el almuerzo. Cogió el chocolate lo pego en el globo, se demoró varios minutos. La madre subió al cuarto. Entró y encontró al niño jugando con su globo. Lo jalo de la mano y lo llevó a la mesa.
El niño comió rápido, esperó las cinco de la tarde. La madre lo encontró en el cuarto con una alegría, una sonrisa llena de expresión infinita. Con la alcoba abierta, el viento soplando y el sol resplandeciente.
Mamá he dejado que el globo se vaya a visitar a mi abuelo, y no sabes - sonrié feliz- le he enviado un chocolate para que se acuerde de mí...
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