Aunque algunos traten de escribirle, y Alighieri haya tenido la mayor aproximación, lo que yo sentía por Beatriz era sumamente místico. Tratemos de hablar por un momento de mi adicción a los lácteos y, dándole el toque de imperfección a la vida, la intolerancia a la lactosa de mi musa que hace poco cumplió por tercera vez 9 años.
Sentados en el Olivar apenas sentíamos el paso de las horas, yo embobado por sus ojos y ella simple y llanamente concentrada en parlotear y parlotear sobre su vida desgastada, sin sentido y miserable. Por mi mente discurrian imagenes idealizadas de ambos, desde el altar hasta las mas íntimas - y perversas - situaciones, mientras ella hablaba de sus padres divorciados, de sus hermanos vagos y artistas, de sus enfermedades estomacales y de la suerte que tenía de tener alguien con quien quejarse.
Acaso no entendía que dentro de este miope personaje se encuentra reprimido el amante que cualquier mujer quisiera, creo yo. Y si mi larga lista de llamadas perdidas en mi celular no consta como prueba, pues bien que apaguen las luces y que mi reina y plebeya venga de la mano hacía los rincones donde el calor empieza matar en los veranos y pruebe haber si la temperatura amerita un acercamiento mas vulgar. Pero no. Eso nada más puede transcurrir en mis pensamientos de noches un poco acalorados.
El punto es que en ese momento empezó una de esas noches. Luego de haberla escuchado con mas atención que un confesor decidi confesarle mi amor, pero no con palabras, sino con un beso largo que apenas dejo que terminara la frase, ahí la conocí y ahí la invite a mi lecho. Con suma impotencia encendí el carro y la residencial San Felipe nos esperaba con sus elogios flotando en el aire. Con mi mano cogía la suya y por momentos - entre congestión y embotellamient - la volvía a besar emocionado. Estacionamos perfectamente y al correteo salimos del auto. Asecesor y el botón en piso 5, me desajustaba la corbata y ella la blusa, talvez empezaba ya mi desgracia.
Al entrar ella tenía sed y yo solo tenia decenas de leche en mi refrigeradora, le dije que no tenía lactosa y que esta noche iba a ser inolvidable. Cuando acabo el vaso, la vi mareada. Me preguntó por el baño y yo se lo señale, corrió dando tumbos y se encerró por los siglos de los siglos.
A la mañana siguiente la deje en su casa muy temprano, estaba aun molesta por haberle mentido con el asunto de la lactosa y luego de insultarme una vez más me cerro la puerta y estuvo a punto de llamar a su marido. Ahora en casa tomo leche sin lactosa por si alguna vez vuelve a contarme sus problemas.